This website is using cookies

We use cookies to ensure that we give you the best experience on our website. If you continue without changing your settings, we'll assume that you are happy to receive all cookies on this website. 

García Lorca, Federico: Siratóének Ignacio Sánchez Mejías torreádor fölött (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías in Hungarian)

Portre of García Lorca, Federico
Portre of Nagy László

Back to the translator

Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (Spanish)

 

1. La cogida y la muerte

 

A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde.

Un niño trajo la blanca sábana

a las cinco de la tarde.

Una espuerta de cal ya prevenida

a las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y solo muerte

a las cinco de la tarde.

 

El viento se llevó los algodones

a las cinco de la tarde.

Y el óxido sembró cristal y níquel

a las cinco de la tarde.

Ya luchan la paloma y el leopardo

a las cinco de la tarde.

Y un muslo con un asta desolada

a las cinco de la tarde.

Comenzaron los sones del bordón

a las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo

a las cinco de la tarde.

En las esquinas grupos de silencio

a las cinco de la tarde.

¡Y el toro solo corazón arriba!

a las cinco de la tarde.

Cuando el sudor de nieve fue llegando

a las cinco de la tarde,

cuando la plaza se cubrió de yodo

a las cinco de la tarde,

la muerte puso huevos en la herida

a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

A las cinco en punto de la tarde.

 

Un ataúd con ruedas es la cama

a las cinco de la tarde.

Huesos y flautas suenan en su oído

a las cinco de la tarde.

El toro ya mugía por su frente

a las cinco de la tarde.

El cuarto se irisaba de agonía

a las cinco de la tarde.

A lo lejos ya viene la gangrena

a las cinco de la tarde.

Trompa de lirio por las verdes ingles

a las cinco de la tarde.

Las heridas quemaban como soles

a las cinco de la tarde,

y el gentío rompía las ventanas

a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

¡Ay qué terribles cinco de la tarde!

¡Eran las cinco en todos los relojes!

¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

 

2. La sangre derramada

 

¡Que no quiero verla!

 

Dile a la luna que venga, que no quiero

ver la sangre de Ignacio sobre la arena.

 

¡Que no quiero verla!

 

La luna de par en par.

Caballo de nubes quietas,

y la plaza gris del sueño

con sauces en las barreras.

 

¡Que no quiero verla!

Que mi recuerdo se quema.

¡Avisad a los jazmines

con su blancura pequeña!

 

¡Que no quiero verla!

 

La vaca del viejo mundo

pasaba su triste lengua

sobre un hocico de sangres

derramadas en la arena,

y los toros de Guisando,

casi muerte y casi piedra,

mugieron como dos siglos

hartos de pisar la tierra.

No.

¡Que no quiero verla!

 

Por las gradas sube Ignacio con

toda su muerte a cuestas.

Buscaba el amanecer,

y el amanecer no era.

Busca su perfil seguro,

y el sueño lo desorienta.

Buscaba su hermoso cuerpo

y encontró su sangre abierta.

¡No me digáis que la vea!

No quiero sentir el chorro

cada vez con menos fuerza;

ese chorro que ilumina

los tendidos y se vuelca

sobre la pana y el cuero

de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome!

¡No me digáis que la vea !

 

No se cerraron sus ojos

cuando vio los cuernos cerca,

pero las madres terribles

levantaron la cabeza.

Y a través de las ganaderías,

hubo un aire de voces secretas

que gritaban a toros celestes,

mayorales de pálida niebla.

 

No hubo príncipe en Sevilla

que comparársele pueda,

ni espada como su espada,

ni corazón tan de veras.

Como un río de leones

su maravillosa fuerza,

y como un torso de mármol

su dibujada prudencia.

Aire de Roma andaluza

le doraba la cabeza

donde su risa era un nardo

de sal y de inteligencia.

¡Qué gran torero en la plaza!

¡Qué gran serrano en la sierra!

¡Qué blando con las espigas!

¡Qué duro con las espuelas!

¡Qué tierno con el rocío!

¡Qué deslumbrante en la feria!

¡Qué tremendo con las últimas

banderillas de tiniebla!

 

Pero ya duerme sin fin.

Ya los musgos y la hierba

abren con dedos seguros

la flor de su calavera.

Y su sangre ya viene cantando:

cantando por marismas y praderas,

resbalando por cuernos ateridos,

vacilando sin alma por la niebla,

tropezando con miles de pezuñas

corno una larga, oscura, triste lengua,

para formar un charco de agonía

junto al Guadalquivir de las estrellas.

¡Oh blanco muro de España!

¡Oh negro toro de pena!

¡Oh sangre aura de Ignacio!

¡Oh ruiseñor de sus venas

No.

¡Que no quiero verla!

Que no hay cáliz que la contenga,

que no hay golondrinas que se la beban,

no hay escarcha de luz que la enfríe,

no hay canto ni diluvio de azucenas,

no hay cristal que la cubra de plata.

No.

¡¡Yo no quiero verla!!

 

3. Cuerpo presente

 

La piedra es una frente donde los sueños gimen

sin tener agua curve ni cipreses helados.

La piedra es una espalda para llevar al tiempo

con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

 

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas

levantando sus tiernos brazos acribillados,

para no ser cazadas por la piedra tendida

que desata sus miembros sin empapar la sangre.

 

Porque la piedra coge simientes y nublados,

esqueletos de alondras y lobos de penumbra;

pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,

sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

 

Ya esta sobre la piedra Ignacio el bien nacido.

Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:

la muerte le ha cubierto de pálidos azufres

y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

 

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.

El aire como loco deja su pecho hundido,

y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,

se calienta en la cumbre de las ganaderías.

 

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.

Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,

con una forma clara que tuvo ruiseñores

y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

 

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!

Aquí no canta nadie, ni flora en el rincón,

ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:

aquí no quiero mas que los ojos redondos

para ver ese cuerpo sin posible descanso.

 

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.

Los que doman caballos y dominan los ríos:

los hombres que les suena el esqueleto y cantan

con una boca llena de sol y pedernales.

 

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.

Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.

Yo quiero que me enseñen dónde está la salida

para este capitán atado por la muerte.

 

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río

que tenga dulces nieblas y profundas orillas,

para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda

sin escuchar el doble resuello de los toros.

 

Que se pierda en la plaza redonda de la luna

que finge cuando niña doliente res inmóvil;

que se pierda en la noche sin canto de los peces

y en la maleza blanca del humo congelado.

 

No quiero que le tapen la cara con pañuelos

para que se acostumbre con la muerte que lleva.

Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.

Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!

 

4. Alma ausente

 

No te conoce el toro ni la higuera,

ni caballos ni hormigas de tu casa.

No te conoce el niño ni la tarde

porque te has muerto para siempre.

 

No te conoce el lomo de la piedra,

ni el raso negro donde te destrozas.

No te conoce tu recuerdo mudo

porque te has muerto para siempre.

 

El otoño vendrá con caracolas,

uva de niebla y montes agrupados,

pero nadie querrá mirar tus ojos

porque te has muerto para siempre.

 

Porque te has muerto para siempre,

como todos los muertos de la Tierra,

como todos los muertos que se olvidan

en un montón de perros apagados.

 

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.

Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.

La madurez insigne de tu conocimiento.

Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.

La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

 

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,

un andaluz tan claro, tan rico de aventura

Yo canto su elegancia con palabras que gimen

y recuerdo una brisa triste por los olivos.



Uploaded byP. T.
Source of the quotationhttp://www.analitica.com/Bitblio/lorca/ignacio.asp

Siratóének Ignacio Sánchez Mejías torreádor fölött (Hungarian)

1. Ökleltetése és halála

 

Délután öt órakor.

Pontosan délután öt óra volt.

A fehér gyolcslepedőt gyermek hozta

délután öt órakor.

Gyékénykosárban már ott állt a mész is

délután öt órakor.

Aztán halál – a halál létezett csak

délután öt órakor.

 

És szél támadt, a vattát elsodorta

délután öt órakor.

A nikkelt, kristályt kiverte a rozsda

délután öt órakor.

Galamb és leopárd, ím összecsapnak

délután öt órakor.

Egy comb tusakszik báva bikaszarvval

délután öt órakor.

A mélység húrjai már bongva-bongnak

délután öt órakor.

Arzénhangok rengenek a füstben

délután öt órakor.

Az utcasarkon csendcsoportok állnak

délután öt órakor.

És áll a bika győztes szívvel, árván

délután öt órakor.

Mikor a hó-verejték kiütötte

délután öt órakor.

Mikor a jód az arénát bevette

délután öt órakor.

Halál rakott tojásokat a sebbe,

délután öt órakor.

Délután öt órakor.

Pontosan délután öt órakor.

 

Keréken járó koporsó az ágya

délután öt órakor.

Sikoltanak fülébe csontok, sípok

délután öt órakor.

Már fújt a bika, ott bömbölt előtte

délután öt órakor.

A fal haláltusától szivárványos

délután öt órakor.

És útban már az üszkösödés, bomlás

délután öt órakor.

Lágyéka zöldjén kinyílt liliom-fej

délután öt órakor.

Sebei izzó, vérző égitestek

délután öt órakor.

A tumultus az ablakot benyomta

délután öt órakor.

Délután öt órakor.

ó, délutáni iszonyú öt óra!

És minden órán: délután öt óra!

És árnyékban is: délután öt óra.

 

2. A kiontott vér

 

Nem akarom látni!

 

Szólj a holdra, süssön már ki, jöjjön,

Ignacio vérét a porondon beszitálni.

 

Nem akarom látni!

 

Tárul a hold, gőzölögnek

felhők lankadt lovacskái,

álomi arénán fűzek

hajlanak le a korlátig.

 

Nem akarom látni!

Emlék perzsel, szóljon bárki:

függönyözze el parányi

virágaival a jázmin!

 

Nem akarom látni!

 

Tehene a vén világnak

sírva a porondra áll ki,

végignyal egy véres arcot,

busa nyelve izzó kármin.

îm, Guisando sziklakőből

s halálból vésett bikái

bömbölnek mint két évszázad,

fáj nekik a földben állni.

Nem.

Nem akarom látni!

 

Ignacio vállán halál,

járja lépcsők garmadáit,

hajnalt keres, nem találja,

vak éjszaka öble ásit.

Keresi kemény arcélét,

álomkép lett – szertemálik,

keresi szép testét – s vére

kitárulva rávilágit.

Ne űzzetek vérét látni!

Végignézni vérszivárvány

suhogását lankadásig,

grádicsokra, páholyokra

sütő pírja mint cikázik,

miként sajog bőrön, posztón

s lármás sokadalmat lázit!

Ki mondta, hogy kihajoljak!

Ne űzzetek vérét látni!

 

Mikor támadták a szarvak,

tárva várták pupillái.

Szörnyű anyák ágaskodtak,

szörnyen vágytak oda látni!

S támadt rejtelmes fuvallat,

szívták barmok fulladásig

s bőgtek mennyei mezőkre,

föl a kapitány-bikáig.

Nem látsz férfit Sevillában

virtussal ki így elámít,

nincs ragyogóbb kard e kardnál,

tisztább szívre nem találsz itt.

Oroszlánok erejével

ereje csodásan játszik.

S mint a remek márványtorzó:

hordja a szellem csodáit.

Ragyogó andaluz Róma,

aranyod fején világit,

ékes nárdus – mosolyában

báj, okosság fölvirágzik.

Ó, remekszép torreádor!

Ó, hegyek közt óriási!

Ó, kalászt becéző lelke!

Ó, sarkantyús ércbokái!

Ó, a harmatgyöngyház gyengéd!

Ó, a vásárban királyi!

Ó, szörnyű: verik a végzet

végső gyászbanderillái!

 

Immár elpihent örökre.

Rajta moha s fű cicázik.

Bontogatják biztos ujjak.

Koponyájából virág nyílt.

Immár a vére árad énekelve,

lapályra, rétre – rétek bús gulyáit

hökkenti, szaru-villák között siklik,

a tejködökből riadtan kiválik,

hullámzik, bukdos, csülkökön, patákon

e mérhetetlen sötét vér-kanális,

hogy fenn, a csillag-Guadalquivir mellett

vértó legyen, tükör és viharzás is.

Ó, fehér fal, Spanyolország!

Ó, kín fekete bikái!

Ó, Ignacio kemény vére,

csalogány-artériái!

Nem.

Nem akarom látni!

Mert nincs kehely, hogy vére beleférne,

nincs fecskeszáj, hogy forrását inná ki,

nincs zúzmara, hogy csillaggá fagyassza,

 

nincs dal s liliom buzgását elállni,

nincs kristály s színezüst, hogy beborítsa.

Nem.

Nem akarom látni!

 

3. A teste itt van

 

A sírkő: homlok. Rajta az álmok nyöszörögnek.

Kanyargó víz itt nincs, és nincs dérmarta cédrus.

A sírkő: váll. Egy zordon világot, időt vonszol,

könnyfákkal, szalagokkal, bolygókkal ékesítve.

 

Ijedt esőket láttam, futottak tárt habokhoz,

föltartott gyenge karral rebegett mind az égre,

nehogy magához rántsa a horgas, rideg sírkő,

mert minden porcot szétlök, de vért nem vesz magába.

 

A kő befogad magvat, fondor ködöket, nyirkot,

pacsirták csipkevázát, homályfarkasok csontját,

s nem tár ki hangot, lángot, de tár sivár arénát,

csak új és új arénát, örök palánkok nélkül.

 

Ignacio, a délceg, itt fekszik, kiterítve.

Már vége. Mi történik? ó, nézzetek a testre:

halál kente be kénnel, a fejét kicserélte

fekete bikafejre: minotaurusz-fejre!

 

Már vége. Már a száján az esőlé beárad.

Behorpadt mellét kergén a levegő elhagyja.

A hó-könnyekben fürdő Szerelem íme árva,

üzekvő barmok tornyán kuporog, úgy melegszik.

 

Mi az, ti mit beszéltek? A csend bűzhödve nyugszik.

Egy bomló, omló testet látunk itt színről színre.

Remekül tiszta forma, tegnap még csalogányos,

ma rontva elborítják éktelen lukak, rések.

 

Ki gyűri szemfedőjét? Nem igaz, amit mormol.

Sarokban siratóját ne óbégassa senki,

riasztani a sátánt a sarkantyú se csöngjön.

Itt nem akarok mást, csak kitárult szemmel nézni,

úgy látni ezt a testet, hogy él és nincs nyugalma!

 

Lássam a keménytorku férfiakat itt körben,

akik csikót betörnek, vizeket zaboláznak,

akik ha énekelnek, egész csontvázuk zeng-bong,

mert szájukban temérdek szikla és dörgő csillag!

 

Körötte látnám őket, a kő előtt karéjban,

seregestől e drága szakadt-gyeplőjü testnél.

Akarom: igazítsák a kivezető útra

e kapitányt, kit gúzsba kötött, befont a végzet.

 

Tanítsanak meg engem folyóviz-áradású,

bárányködökben zúgó mélységes siratóra,

hogy elsodorja innen Ignaciót, ne hallja

a bikák bömbölését, ideges fújtatását.

 

A hold-arénán vesszen, a hold üsző-szemébe,

a mozdulatlan, báva, kislányos ámulásba,

az éjszakába vesszen, halak közé a csöndbe,

fehér bozótként rezgő tünemény füstbe vesszen!

 

Nem engedem, hogy arcát kendővel beterítsék,

hadd szokja a hurcolt, hozzácsatolt halált is.

Ignacio, hát menj el! Ne halld a párás bőgést,

Aludj, repülj és nyughass! ó, a tenger is meghal!

 

4. A lelke távol

 

Bikák és fügefák már nem ismernek,

sem házad lovai s a pici hangyák.

A délután s a gyermek nem ismernek,

mert meghaltál, mert elmentél örökre.

 

A sírkő vállai már nem ismernek,

sem a fekete selymek, ahol bomlasz.

Elnémult emlékeid nem ismernek,

mert meghaltál, mert elmentél örökre.

 

Majd jön az ősz csigákkal és homállyal,

a köd fürtjeit préselő hegyekkel,

de szemed fényét nem keresi senki,

mert meghaltál, mert elmentél örökre.

 

Mert meghaltál, mert elmentél örökre,

mint minden halandó, ki földbe tér meg,

mint minden halott, akit elfelednek,

akár a kutyát, ha dögkertbe dobták!

 

Nem ismer téged senki. Nem. De én dalollak.

Derítem glóriába arcéled gráciáját.

Tudásod érettségét dalommal dicsőítem,

mert ábrándod halál volt, a halál szájaíze,

s vitézlő vígságodra köddel vonult a bánat.

 

Soká születik párja – tán sose jön világra

ily andalúz, ily tiszta, kalandokban ily gazdag.

Elcsukló szavaimmal siratlak délceg fenség,

s a gyászos szél örökké reszket az olajfák közt





Uploaded byP. T.
Source of the quotationhttp://sdt.sulinet.hu/Player/Default.aspx?g=e

Related videos


minimap