Othón, Manuel José: Vad idill (részletek) (Idilio salvaje Magyar nyelven)
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Idilio salvaje (Spanyol)I ¿Por qué a mi helada soledad viniste cubierta con el último celaje de un crepúsculo gris?... Mira el paisaje, árido y triste, inmensamente triste.
Si vienes del dolor y en él nutriste tu corazón, bien vengas al salvaje desierto, donde apenas un miraje de lo que fue mi juventud existe.
Mas si acaso no vienes de tan lejos y en tu alma aún del placer quedan los dejos, puedes tornar a tu revuelto mundo.
Si no, ven a lavar tu ciprio manto en el mar amarguisimo y profundo de un triste amor o de un inmenso llanto.
II Mira el paisaje: inmensidad abajo, inmensidad, inmensidad arriba; en el hondo perfil, la sierra altiva al pie minada por horrendo tajo.
Bloques gigantes que arrancó de cuajo el terremoto, de la roca viva; y en aquella sabana pensativa y adusta, ni una senda ni un atajo.
asoladora atmósfera candente de se incrustan las águilas serenas como clavos que se hunden lentamente.
Silencio, lobreguez pavor tremendos que viene sólo a interrumpir apenas el balope triunfal de los berrendos.
III En la estepa maldita, bajo el peso de sibilante grisa que asesina, irgues tu talla escultural y fina como un relieve en el confín impreso.
El viento, entre los médanos opreso, canta como una música divina, y finge bajo la húmeda neblina, un infinito y solitario beso.
Vibran en el crepúsculo tus ojos, un dardo negro de pasión y enojos que en mi carne y mi espíritu se clava;
y destacada contra el sol muriente, como un airón, flotando inmensamente, tu bruna cabellera de india brava.
IV La llanura amarguísima y salobre, enjuta cuenca de océano muerto, y en la gris lontananza, como puerto, el peńascal, desamparado y pobre.
Unta la tade en mi semblante yerto aterradora lobreguez, y sobre tu piel, tostada por el sol, el cobre y el sepia de las rocas del desierto.
Y en el regazo donde sombra eterna, del peńascal bajo la enorme arruga, es para nuestro amor nido y caverna,
las lianas de tu cuerpo retorcidas en el torso viril que te subyuga, con una gran palpitación de vidas.
V ¡Qué enferma y dolorida lontananza! ¡Qué inexorable y hosca la llanura! Flota en todo el paisaje tal pavura como si fuera un campo de matanza.
Y la sombra que avanza, avanza, avanza, parece, con su trágica envoltura, el alma ingente, plena de amargura, de los que han de morir sin esperanza.
Y allí estamos nosotros, oprimidos por la angustia de todas las pasiones, bajo el peso de todos los olvidos.
En un cielo de plomo el sol ya muerto, y en nuestros desgarrados corazones ¡El desierto, el desierto... y el desierto!
VI ¡Es mi adiós...! Allá vas, bruna y austera, por las planicies que el bochorno escalda, al verberar tu ardiente cabellera, como una maldición, sobre tu espalda.
En mis desolaciones ¿qué te espera? -ya apenas veo tu arrastrante falda- una deshojazón de primavera y una eterna nostalgia de esmeralda.
El terremoto humano ha destruido mi corazón y todo en él expira. ¡Mal hayan el recuerdo y el olvido!
Aún te columbro, y ya olvidé tu frente; sólo, ay, tu espalda miro cual se mira lo que huye y se aleja eternamente.
ENVÍO
En tus aras quemé mi último incienso y deshojé mis postrimeras rosas. Do se alzaban los templos de mis diosas ya sólo queda el arenal inmenso.
Quise entrar en tu alma, y qué descenso, ¡qué andar por entre ruinas y entre fosas! ¡A fuerza de pensar en tales cosas me duele el pensamiento cuando pienso!
¡Pasó...! ¿Qué resta ya de tanto y tanto deliquio? En ti ni la moral dolencia, ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto.
Y en mi ¡qué hondo y tremendo cataclismo! ¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia, y qué horrible disgusto de mi mismo!
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Vad idill (részletek) (Magyar)III Az átkozott mezőn, hol síri pára szibilla-jóslata okozza veszted, alakod karcsú szobrát fölmereszted s domborműként feszülsz a láthatárra.
Fölzeng a homok dűnéibe zárva, fölzeng a szél, mennyei hangja reszket, s ajkát, melyre a köd függönyt eresztett, egy végtelen, magányos csókra tárja.
Estét villant szemed, fekete dárdás; fekete szenvedély és szemrehányás merő húsomba és elmémbe ütve;
s a haldokló napra vont szemfedőkből hatalmas szélvészként lassan lebeg fől olthatatlan indián hajad üszke.
IV A végtelen keserű, sós mezőség a szomjanhalt óceán puszta medre, és látni, mintha ködtóból meredne, egy koldus szikla kopár kikötőjét.
Gonosz sőtéttel mázolja az este bénult arcom, és ég a puszta kő, ég, hogy tündöklő arcod napitta bőrét meddő rézzel s szépiával befesse.
Kemény ölben, hol örök a sötétség és mérhetetlen ráncot vet a szikla, ott fogan a gyönyör, ott rakja fészkét,
hol tested liánjai tekeregnek mellem alatt, a romlásba taszítva, vad ritmusával ezer életednek.
VI Isten veled!... Ott mégy, barna királylány, a tág mezők fullasztón gőzölögnek, míg lángol a hajad, e földi sárkány, s eleven korbácsokkal gyötör meg.
Vigasztalan magányomban mi vár rám? - még látlak, bő szoknyád söpri a földet - lombhulláskor, tavasz és nyár határán, siratom, smaragd, örökifjú zölded.
Az emberi földrengés porba vert s szívem meg életem sötét romokban. Átkozott emlék, átkozott felejtés!
Még látlak, de homlokod elfeledtem, csak, jaj!, a hátad nézem távozóban, egy örök mozdulattal, elveszetten.
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